Poemas de Diana Moncada
El mar está sucio y las flores claras enturbian la liviandad de tus ojos. Si de memoria se trata no seamos cómplices, Giovanna. Admite que los brazos se te entumecieron meciendo un adiós aletargado. Admite que el sofá quedo vacío, que las huellas se desintegraron ante el descuido, que somos escarcha arrinconada entre viejos trastos y que la memoria se esconde de nosotras para confundirnos. Tu cuerpo, apenas perforado por una mañana hambrienta y sin temor a besar los gusanos de la noche, aun no madura. Lo miro disuelto entre disparos azules, luminoso, a punto de saltar hacia los témpanos antiguos.
Leo tu sexo como la cáscara suave de los temblores. Reprimes el grito, danzas atravesando la niebla andina, cantas un viejo blues para evadir los barcos que llegan incendiados a la orilla de tu desamparo, pero ambas sabemos que cierta forma de morir más ruda nos espera.
Tu silencio se abre impúdico, estás como muerta en una cama ajena imaginando la guerra. Lavo tu boca con estupor, intento nombrar la ternura de tu desnudez mientras te ríes como loca burlando a los espejos. A ti pertenecen los aullidos vagabundos, los esputos de los viejos, el desorden de las resacas y una lengua extraña.
No sabes a dónde ir, Giovanna, los caminos son de agua y de agua los tormentos del futuro. Tu furia se hinchará obscena por toda la casa y lanzarás maldiciones hacia la inmundicia del cielo. Nadie podrá detener tu cabeza estallando contra todas las paredes. La cicatriz latirá fuerte contra la tierra, contra los hombres solos y temerosos que huyen de ti.
Sé de tu abandono, sé que hundes tus entrañas en una habitación remota para ocultarlas de ti misma. Repites la trampa conmigo y me confundes, busco las migajas de tus palabras en las servilletas arrugadas pero tu mutismo ha erigido una catedral sin fondo.
Creíamos que la costumbre de recordarlo todo / era razón suficiente / para lo indispensable. Agujas extranjeras empujan tus recuerdos hacia el sur. Tus manos, aun serenas, traman las historias de tus antepasados, arrastran suavemente la nostalgia blanca de los espectros y atraviesan los reflejos obstinados.
Tus frutos aún no maduran, Giovanna, estás tan lejos, tan sola. Tu sensualidad es un santuario mínimo, como la fruta que juega a caerse durante las mañanas de octubre.
Frente a tu ventana las olas se baten cansadas, miras el horizonte y piensas en las cuatro estaciones del pasado abandonadas en una huida interminable.
¿Qué es lo que esperas, Giovanna? ¿Qué venganza estúpida planeas en las faldas de una montaña innominada? Aquí no hay dioses, ni templos, ni pequeños ángeles revoloteando en la aurora. Aquí la calle es una sola, larga y marchita, llena de ojos y lenguas atroces. Tú brillas indómita sin entender nada, vaciándote, vaciándome, vaciando este lugar enmohecido de secretos.
Giovanna, tarde o temprano tus personajes aniquilarán tu imaginación y yo me extinguiré con ellos. Las ramas desnudas del norte te lanzarán mensajes de desamor. Todos dormiremos mientras persigues el ala carcomida de la belleza. Volveré a la fosa mientras descubres tu vulva rosada latiendo en una caja de regalo. Viajarás sin mí, sin nosotros, a través de un pasillo de claras protuberancias.
Giovanna, desenvaina tu espada, el simulacro apenas levanta su telón.
* Los versos en cursivas son del libro Las historias de Giovanna, primer poemario de la poetisa venezolana Miyó Vestrini, publicado en el año 1971.
***
La negritud de un lejano caballo ha traspasado mi temblor nocturno
he sostenido mi espinazo apenas con la soga de un corroído recuerdo
el sueño se erige sobre mis ojos como un oráculo de muerte
mi rostro huye
le he tramado una terrible artimaña
he tocado el hueso del grito
y heme aquí lavando mis senos con el agua turbia de la boca de los lobos
Arrastro mi desespero mi desconocimiento
estoy en el umbral de una tentadora puerta
me hallo ante el túmulo de luz salvaje
me prometo habitar las carnes rotas
me prometo el cuerpo
me prometo abrir la cáscara andrógina
ser mujer-hombre
lamer y lacerar un solo vientre. Ser mi hija y mi madre
parir entre el moho relucientes cabezas y olvidarlas.
Olvidarme
Habitarme de forma absoluta y luego arrojarme de mi misma.
Me espanta esta hambre y esta carencia
y me espanta no sentirla cada día
El tiempo fue tiempo hasta que se detuvo ante mi sexo
La soga está frágil
hay dientes, cuchillos y garras devorando parajes y cielos
la soga está frágil y ya no quiero sostenerla
duele, duele el retorno
mi cuerpo se inmola se desgaja se lacera
la soga está rota
las ruinas laten sobre el sol.
***
Días
Hay días como hoy
en que la costra del mundo me supura adentro,
entre tripas hinchadas y rencores rancios
entonces me hundo como un esputo entre el lodo de una calle desvencijada
y cierro los ojos pensando
que nada hay detrás de este sueño curtido
excepto lo que se repite y se repite
y te repite.
Nombrar
Pierdo mi rostro
soy una balsa límpida flotando en las blancas rajaduras de la memoria.
Me deletreo en la crudeza del lenguaje
como una palabra turbia,
la que elegí para nombrarme
con la autoridad que tienen las costras al nacer.
Diana Moncada (Caracas, 1989)
Poeta y periodista cultural venezolana. Autora del poemario Cuerpo crepuscular, que resultó ganador en el Concurso de Autores Inéditos de Monte Ávila en el 2013. Prologuista del libro de entrevistas literarias Al filo de Miyó Vestrini, del sello editorial Letra Muerta. En 2016 ganó una mención en el I Concurso Nacional de Poesía Joven «Rafael Cadenas». Su trabajo periodístico ha sido publicado en diferentes medios de comunicación venezolanos y sus poemas en diversas revistas y plataformas. Administra su blog personal Antología de la Conmoción. Actualmente reside en la ciudad de Lima, Perú.
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