Poemas de Diana Moncada

febrero 26, 2018 Sergio Gómez Reátegui 0 Comments




Giovanna, no seamos cómplices*

El mar está sucio y las flores claras enturbian la liviandad de tus ojos. Si de memoria se trata no seamos cómplices, Giovanna. Admite que los brazos se te entumecieron meciendo un adiós aletargado. Admite que el sofá quedo vacío, que las huellas se desintegraron ante el descuido, que somos escarcha arrinconada entre viejos trastos y que la memoria se esconde de nosotras para confundirnos. Tu cuerpo, apenas perforado por una mañana hambrienta y sin temor a besar los gusanos de la noche, aun no madura. Lo miro disuelto entre disparos azules, luminoso, a punto de saltar hacia los témpanos antiguos.
Leo tu sexo como la cáscara suave de los temblores. Reprimes el grito, danzas atravesando la niebla andina, cantas un viejo blues para evadir los barcos que llegan incendiados a la orilla de tu desamparo, pero ambas sabemos que cierta forma de morir más ruda nos espera.
Tu silencio se abre impúdico, estás como muerta en una cama ajena imaginando la guerra. Lavo tu boca con estupor, intento nombrar la ternura de tu desnudez mientras te ríes como loca burlando a los espejos. A ti pertenecen los aullidos vagabundos, los esputos de los viejos, el desorden de las resacas y una lengua extraña.
No sabes a dónde ir, Giovanna, los caminos son de agua y de agua los tormentos del futuro. Tu furia se hinchará obscena por toda la casa y lanzarás maldiciones hacia la inmundicia del cielo. Nadie podrá detener tu cabeza estallando contra todas las paredes. La cicatriz latirá fuerte contra la tierra, contra los hombres solos y temerosos que huyen de ti.
Sé de tu abandono, sé que hundes tus entrañas en una habitación remota para ocultarlas de ti misma. Repites la trampa conmigo y me confundes, busco las migajas de tus palabras en las servilletas arrugadas pero tu mutismo ha erigido una catedral sin fondo.
Creíamos que la costumbre de recordarlo todo / era razón suficiente / para lo indispensable. Agujas extranjeras empujan tus recuerdos hacia el sur. Tus manos, aun serenas, traman las historias de tus antepasados, arrastran suavemente la nostalgia blanca de los espectros y atraviesan los reflejos obstinados.
Tus frutos aún no maduran, Giovanna, estás tan lejos, tan sola. Tu sensualidad es un santuario mínimo, como la fruta que juega a caerse durante las mañanas de octubre.
Frente a tu ventana las olas se baten cansadas, miras el horizonte y piensas en las cuatro estaciones del pasado abandonadas en una huida interminable.
¿Qué es lo que esperas, Giovanna? ¿Qué venganza estúpida planeas en las faldas de una montaña innominada? Aquí no hay dioses, ni templos, ni pequeños ángeles revoloteando en la aurora. Aquí la calle es una sola, larga y marchita, llena de ojos y lenguas atroces. Tú brillas indómita sin entender nada, vaciándote, vaciándome, vaciando este lugar enmohecido de secretos.
Giovanna, tarde o temprano tus personajes aniquilarán tu imaginación y yo me extinguiré con ellos. Las ramas desnudas del norte te lanzarán mensajes de desamor. Todos dormiremos mientras persigues el ala carcomida de la belleza. Volveré a la fosa mientras descubres tu vulva rosada latiendo en una caja de regalo. Viajarás sin mí, sin nosotros, a través de un pasillo de claras protuberancias.
Giovanna, desenvaina tu espada, el simulacro apenas levanta su telón.


* Los versos en cursivas son del libro Las historias de Giovanna, primer poemario de la poetisa venezolana Miyó Vestrini, publicado en el año 1971.



***

La negritud de un lejano caballo ha traspasado mi temblor nocturno
he sostenido mi espinazo apenas con la soga de un corroído recuerdo
el sueño se erige sobre mis ojos como un oráculo de muerte
mi rostro huye
le he tramado una terrible artimaña
he tocado el hueso del grito
y heme aquí lavando mis senos con el agua turbia de la boca de los lobos
Arrastro mi desespero mi desconocimiento
estoy en el umbral de una tentadora puerta
me hallo ante el túmulo de luz salvaje
me prometo habitar las carnes rotas
me prometo el cuerpo
me prometo abrir la cáscara andrógina
ser mujer-hombre
lamer y lacerar un solo vientre. Ser mi hija y mi madre
parir entre el moho relucientes cabezas y olvidarlas.
Olvidarme
Habitarme de forma absoluta y luego arrojarme de mi misma.

Me espanta esta hambre y esta carencia
y me espanta no sentirla cada día
El tiempo fue tiempo hasta que se detuvo ante mi sexo
La soga está frágil
hay dientes, cuchillos y garras devorando parajes y cielos
la soga está frágil y ya no quiero sostenerla
duele, duele el retorno
mi cuerpo se inmola se desgaja se lacera
la soga está rota
las ruinas laten sobre el sol.


***

Días

Hay días como hoy
en que la costra del mundo me supura adentro,
entre tripas hinchadas y rencores rancios
entonces me hundo como un esputo entre el lodo de una calle desvencijada
y cierro los ojos pensando
que nada hay detrás de este sueño curtido
excepto lo que se repite y se repite
y te repite.




Nombrar

Pierdo mi rostro
soy una balsa límpida flotando en las blancas rajaduras de la memoria.

Me deletreo en la crudeza del lenguaje 
como una palabra turbia,
la que elegí para nombrarme
con la autoridad que tienen las costras al nacer.






Diana Moncada (Caracas, 1989)


Poeta y periodista cultural venezolana. Autora del poemario Cuerpo crepuscular, que resultó ganador en el Concurso de Autores Inéditos de Monte Ávila en el 2013. Prologuista del libro de entrevistas literarias Al filo de Miyó Vestrini, del sello editorial Letra Muerta. En 2016 ganó una mención en el I Concurso Nacional de Poesía Joven «Rafael Cadenas». Su trabajo periodístico ha sido publicado en diferentes medios de comunicación venezolanos y sus poemas en diversas revistas y plataformas. Administra su blog personal Antología de la Conmoción. Actualmente reside en la ciudad de Lima, Perú.

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8 poemas de Eugenia Coiro

febrero 11, 2018 Sergio Gómez Reátegui 2 Comments



***
Es verano. A las ocho el sol ya se ocultó tras los edificios aunque todavía el cielo está celeste y las pocas nubes no se incendiaron de rojos.

Me recuesto al lado de las cañas, estiro los brazos, los aflojo y miro al cielo. Una nube inmensa pero muy sutil es inequívocamente un caballo fino y robusto que corre hacia mí. Adivino sus líneas perfectas. Hasta que el viento le exige demasiado. Cuando pasa por el techo vecino, del corcel no queda más que mi recuerdo intencionado.

Fijo mis ojos en lo celeste. Dos pájaros vuelan tan alto que solo los veo aparecer intermitentes puntos negros.

Si giro la cabeza a la izquierda, el sol prende el amarillo de un tanque de agua. Pero vuelvo arriba. El calor de la tarde se dejó ir como el caballo.

Pienso en el viento fresco, apenas una insinuación del alivio.

Sin embargo, este rato, este ahora que se ha prolongado, resulta ser un momento de llegada. En este ahora, nada proyecto, no espero nada.

En la terraza lindante la luz dibuja las escaleras metálicas sobre la pared recién pintada. El color es el de un cerro seco del norte.

Ahora el ficus renueva el verde en brillos amarillentos. Y veo en el horizonte, sobre los edificios, el smog suspendido de la autopista. Se vuelve rosado.

Unos pájaros dan rítmicos pitidos. No es un canto, es la alarma de la noche que empieza a cubrir.
He llegado. Me entristezco solo un poco. Como una niebla húmeda.

Acaso la conciencia en mí siempre sea conciencia del fin.

Fragmentos del fin, Viajera, 2016.

****

Cuando no soy nadie
yo sola en la casa que armé
con los huesos del pasado
yo en silencio
el cielo de Boedo
siempre más amplio
yo volviéndome prosa del poema
completo los espacios
con palabras.
Fragmentos del fin, Viajera, 2016.

****

Alguien alguna vez me regaló Trilce. Lo hizo sabiendo que me gusta Vallejo. Tal vez, sabiendo además que ya había leído ese libro, que era mi preferido.

Quién me hizo el regalo no lo sé, la página en la que estaba escrita la dedicatoria fue arrancada.

Aparentemente en un acto cargado de bronca o despecho. Quedaron pegados al libro indicios de la hoja perdida. Dientes del papel ausente.

Mi memoria me priva de saber qué amor mío tuvo tan buen tino para elegir el obsequio. Pero aparte me quita también el momento de tristeza o determinación fatal en el que decidí deshacerme de las pruebas.

Es una doble pérdida, una múltiple pérdida, haber destruido esa hoja. No poder reconstruir esos dos momentos.

Fragmentos del fin, Viajera, 2016.

****

Me siento tan lenta
en esta casa la gravedad tira más fuerte
todo se ha vuelto viejo, denso, más pesado
las cosas pesan
sobre mí, elefantes grises arrugados se descascaran
los cuadros
las piedras
los libros
recuerdos
pequeños objetos que también pesan
pesan
en mi cabeza
en el jardín cada planta da flores
rojas con tintes oscuros
las moscas se posan
o mariposas
con su peso
los pétalos se arquean
pesadamente hacia abajo
pero no terminan
de vencerse
pesan
no caen.
Fragmentos del fin, Viajera, 2016.

****

no escribo la unión
indecible
sino el dolor
de maderas o incienso
ocre siempre de tarde
los movimientos lentos
en una línea continua

no digo caricias
sino automatismos
vestigios de antiguos gestos
animales
contracciones musculares
no sé
involuntarios
inciertos
ondulados

no hablo de cuerpos
ni siquiera de formas

todo vibra
fuera del tiempo
sin bordes
imposible distinguir
fragmento, resquicio
grieta o separación
como el recuerdo
de una danza
un reflejo sobre el agua
Agua o niño que corre, Viajera, 2014.

****

una forma translúcida
elástica
flota se deja llevar
danza
el agua en remolinos
las vueltas suaves
el cabello
algas
tierra
una estrella
pequeños caracoles
caballitos de mar
todo flota
en la noche
fluorescente
un cardumen azul
se fuga
hacia arriba
Agua o niño que corre, Viajera, 2014.

****
                                                             La luna filosa brillante
                                                             blanquea las hojas
                                                             el suelo blando
                                                             leve
                                                             a cada pisada.

El monstruo la espía
la espera en silencio
se vuelve de forma casi humana
cuando la ve.

                                                                                               El piso forrado de hojas
                                                                                               la hiedra en el muro
                                                                                               la sombra
                                                                                               la casa vieja vacía
                                                                                               soledad.

                                                                                               Ella planta un jazmín y espera.

Él adora ese olor a nardos
esos labios finos que se pierden
el color de su piel clara.

                                                                                               A ella le gusta cerrar los ojos
                                                                                               adivinar su llegada.

                                                                                               Si los pájaros enmudecen
                                                                                               si los insectos detienen
                                                                                               el zigzagueo errante sobre el agua...

                                                                                              ¿Cómo será su lengua?

Agua o niño que corre, Viajera, 2014.

***

el lago espejo
cielo celeste perfecto
montaña dibujada
inaccesible el centro del lago
la profundidad
lo de abajo
lo de adentro
lo que ha crecido
formado
vivo
lo vivo    él eso
piedra
huevo
cáscara animal
en verde musgo negro
tibio adentro
blando
esponja de lo vivo-muerto
gestación
hacia adentro
dilatación silente al fondo

y afuera
solo una imagen
una fotografía del paisaje
una vista
puedo aguzar el oído
esperar un chasquido
mojar las manos en el agua helada
nada me acerca
imposible conectarse
percibir sin saber
sin desear
necesitar
formar parte
formar completitud
gigante mundo
enroscados unidos pegados
uno
los dos
adentro
no enamorada
absorbida

generación espontánea
la espera eterna
cada segundo de expectación funesta
lo oculto (prohibido por el tiempo)
mito amor
¿amor?
¿destino?
reflejo
reproducción de la vida
lo vivo en mí
lo animal.
Agua o niño que corre, Viajera, 2014.
EUGENIA COIRO
Nació en Buenos Aires, es periodista (Tea) y correctora literaria por el Instituto Eduardo Mallea. Actualmente realiza diversas tareas para Viajera Editorial. Dicta talleres de escritura en Siempre de Viaje-Literatura en progreso. Además colabora en la producción de encuentros artísticos y literarios, tales como la Maratón Viajera (2012), el Proyecto Invierno Pasional (2013-2014), el Minuto Terror (2015), el Texto del Año (2016). Ha publicado los libros: 374 (De los Cuatro Vientos, 2007), Bengala Hotel (Viajera, 2011), Agua o niño que corre (Viajera, 2014) y Fragmentos del fin (Viajera, 2016). Ha participado de las antologías: La tinta y el blanco (Ediciones Mallea, 2009) e Himnos Nacionales (Años Luz, 2014). Entre 2009 y 2011, algunos de sus poemas fueron publicados en la revista española Cuadernos del Tábano. En 2014 fue invitada al V Festival de Poesía de Lima. Además, realizó lecturas performáticas para las presentaciones de Mis peores poemas de amor, de Karina Macció, e Incidentes, de Susana Cella. Participó en la puesta en escena de poemas en el «Ágora de los Libros» de Marta Minujín.

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