Tres poemas de Julia Wong

octubre 14, 2017 Sergio Gómez Reátegui 0 Comments



El fuego estancado

Te pareces a Bolaño, Ricardo querido, porque has cruzado el charco para aliterarte con esas emociones prohibidas por las cúpulas y los sarcófagos que han quietado nuestro fuego.
En la pericia juglar de nuestros juegos de barrio,
entre masa de pan y algunas discordias fronterizas.
¿Crees que los pobres bodegueros o los pescadores de ritmos, en ese helado Pacífico, hubieran podido construir tantas discordias?
En su revés y en su derecho, en su alma blanquecina de volcán, así se apagan las codicias en nuestras monotonías de pobre.
Engañan a los peruanos que es por el mar o la pesca que se arma el combate y los ángeles chilenos bajan del cielo para reírse de sus encías desmueladas.
Grau se regocija en la bazuca enardecida.
¿Tú crees que dos pescadores tomando té con pisco en alta mar podrían llenar de pólvora el estomago del otro?
¿Tú crees realmente que dos enjutos hombres salados de vejez y males estomacales se tirarían un torpedo mientras su lancha naufraga en medio del silicio?
Los pescadores son más sabios de lo que cuenta la historia de la infamia, llevan limón, aceite, algunos cuentos para soportar la noche, pero no Ricardo, no llevan mapas, ni balas, ni coartadas.

La lotería

Mi Madre también se sacó la lotería
con ese monto ella compró un pasaje a Chepén
unas paredes viejas
unas ventanas por donde no se veía ni el amor, ni la protección que dicen dar los hombres sabios, ni las alas abyectas de los murciélagos
había un cerro inmenso
dicen que ellos dos conversaban en las noches sopladas por la arena
que se mojaba en lágrimas ajenas y contaba tantas cosas glandulares
parecía inmersa en la semilla podrida del ansia
el dinero le agobiaba la garganta y el ano
los dos extremos de las mesas suculentas
y ella había renunciado a sentarse
pues algo le repelía:
contaba el premio de la lotería como un milagro
alguna mano oscura salió de aquel dinero y de la casa vieja,
no la dejó escribir ni poesía ni canciones
sino frejoles y tararear boleros mexicanos
tuvo hijos hirsutos
campesinos letrados que comían vidrio molido
salimos de su panza inmensa de ballena blanca dislocada
escribió muchas cartas
unas estaban mojadas por instantes granates arrancados de un jardín
parecía un pedazo de coágulo solar domesticado por la interminable paciencia de las mujeres solas.

El ocaso de los mistis

Perú también tiene volcanes.
Las mujeres que se sientan en la oscuridad a la orilla del precipicio
Han cambiado de horizonte muchas veces:
Los hombres ya no se interesan por ellas.
Hacen excesivas preguntas sobre la noche
Tendidas cerca al vacío que provoca una náusea constante.
Los hombres prefieren juegos más previsibles,
Donde la almohada albergue el peso del cráneo.
No pueden inventar una conjetura más para sobrevivir a la rutina.
Los volcanes peruanos ajustan su propulsión
Hasta el borde huracanado, un precipicio adusto:
Cualquier fotógrafo correría en dirección contraria.
Los nervios envueltos en hojas de plátano
(Como tamales que renuevan su propio condimento).
El eclipse contempla el ojo de los hombres,
Los empuja a la pregunta sobre la yuxtaposición de una verdad natural:
El toro se yergue
El cóndor cae por el precipicio
La luna roja habla de la soledad de una hormiga
El alma ruge como un león-volcán que no teme el vuelo
En medio de cuarentaitrés cadáveres sopla un viento nuevo
Y la radio sigue encendida como si alguien estuviera escuchando.

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