Lizardo Cruzado

enero 14, 2020 Sergio Gómez Reátegui 0 Comments



Tuvieron que pasar veintitrés años para que Lizardo Cruzado (Trujillo, 1975) escriba su segundo libro.
 El otrora niño mimado de la poesía; admirado por Sologuren, Varela y demás astros; lentudo e insoportablemente inteligente; que posaba con actitud de estrella de Hollywood para Caretas; autoproclamado creador del Realismo Chistoso; y que nos dejó cojudos a todos con sus primeros poemas; hoy retorna con No he de volver a escribir. Un libro donde el poeta y médico reflexiona, tras el inevitable paso del tiempo, sobre esta tragedia de volverse viejo, de mirar en los espejos los últimos vestigios de la juventud mientras los hijos crecen y los amores se esfuman.
Comparto con todos los seguidores de Bartleby una pequeña selección de sus poemas.


LAS CUCARDAS

Unas florecillas tubulares y rojas
Con pétalos de papel crepé
Circundaban las veredas de mi infancia.
Excitados, las desprendíamos de sus cálices 
Con fruición 
Y uníamos nuestros ávidos labios al 
Tierno potito de la flor en 
Pos de una gota mínima de néctar.

Luego atardecía la vereda ensangrentada
De corolas vacías que 
El viento deshojaba
Señal de que nuestra infancia 
Acababa de pasar.

Esto fue lo más de cerca 
Que rozamos la primavera.  



PADRE

Mi padre es un hombre desde lejos 
Es decir 
Un hombre distante
Nunca pudimos escuchar los latidos de su corazón
Pero desde su cuarto acompasados 
Llegaban a nosotros sus ronquidos 
Y bajo ese arrullo tranquilo 
También dormíamos sus hijos
Como si de un corazón tan grande 
Solo pudiésemos estar a salvo 
Un poco lejos 
Y sus ronquidos advirtiesen que 
El ogro descansaba con 
La paz de los ogros justos 
Cansado de ser un ogro 
Que a su vez nos temía
No por cobarde sino
Por tímido 
Y por eso la mayor parte del tiempo 
No dormía sino que 
Se hacía el dormido
Y con un ojo entreabierto
Contemplaba a lo lejos 
Triste y feliz 
Nuestros juegos y nuestras guerras de mentira 
Porque la verdadera 
Contra el olvido 
Estaba lejos aún.



POIESIS

La poesía es el silencio que resta tras
Moler las palabras 
Torturar las palabras
Descuartizar las palabras

La misma melodía que permanece
Tras mimarlas
Con diestros dedos
Lengua frenética
Y acariciarlas sin pausa

Quién sabe qué
Les gusta a las palabras
Qué es un beso para ellas
O un patadón en los huevos 
Solamente los animales 
Humanos sabemos eso

La poesía es la puerta entreabierta
Después de todo 
Lo demás.



LA NOCHE

Era mentira que uno enloqueciera
Y terminase arrancando chispas
De un pedernal desinflado con 
La mano crispada o
Que el pecador se consumiera 
Aferrando su soledad con 
La palma repleta de pelos 
Era mentira 
Pues luego 
De tantas lunas 
La masturbación
No ha agrandado ni
Empequeñecido
Mi tristeza 
Solo a veces me despierta
En la oscuridad
La certidumbre de unas 
Manchas azules
Qué dejé afuera y
Aún resplandecen 
En la noche.



ARS

La poesía es hablar solo
Como los locos
Hablan
A veces con uno mismo
Gruñidos endechas 
Tiernas palabrotas
Flatos verbales y
Silencios 
A veces con otro
Ferozmente alucinado
Imaginado
Inexistente 
Pero usualmente 
Más frecuentemente
Es hablar
Con absolutamente
Nadie.


LA PELADA

Se están yendo mis cabellos de la mano
Con algunos de mis dientes 
No sé adónde
Pero a cambio
Moneda de nostalgia 
Incontables arrugas dejan para 
Que el espejo me recuerde
Cuánto he llorado de alegría y
Cuánto he reído 
De tristeza 
Se van yendo en fila india mis cabellos 
Y yo
Me voy quedando con el cráneo 
Cada vez más liso y despejado
Impúdica nalga solitaria que 
Lustraré y abrillantaré
Con afán cada mañana 
Como si tuviera los zapatos 
En la frente o
La cabeza 
En los pies.


LA BICICLETA

En el mes de abril del año 2015
En este parque tan nuestro que ni sabemos su nombre 
Mi hijo aprendió a manejar un aparato de 2 ruedas que
Existió recién hace 200 años cuando lo llamaron drasiana
Y no tenía frenos ni suspensión
Ni pedales ni neumáticos.
Ahora tampoco parece tener frenos pues él
Se aleja cada vez más y más rápido sin
Rueditas de soporte ni alas de repuesto
Meteoro de aro 20 por la húmeda vereda
bajo las hojas
Que un día serán hojarasca de su infancia 
Hoy aprendió a alejarse en este velocípedo
Que lo esperaba hace dos siglos
Y el resto lo irá aprendiendo en el camino:
Girar derrapar caer
Sacarse la mugre levantarse 
Llevar a una chiquilla en la caña y
Gozar el viento de nuevo en su rostro
Cuando esa larga cabellera se haya desvanecido.
Un solo envión ha bastado 
Y el tiempo ha sido vencido
Ahora vas a la velocidad de la memoria 
Mucho más lenta que la luz pero 
Arrasada de luciérnagas
No te detengas hijo mío aléjate 
Y yo me quedaré en esta vereda del parque 
Todos los años que me resten 
Con los brazos extendidos.




EL GRAN DÍA

Simplemente ocurrirá 
No sé cuándo 
Pero así será 
El día en que me tienda en 
La línea del horizonte
Al fin 
Y ya no habrá más soledad ni vacío
Ni desamor 
Nada sino una desmesurada ternura 
Que irá acariciando mis despojos por 
Dentro y por fuera 
Minuciosamente
Insuflándome vida otra vez
Hinchando mis restos hasta reventar.
Desde los confines del barrio
Por mi hedor convocados 
Cientos de seres alados acudiran para
Improvisar desde la podredumbre
Mi asunción
Y mientras partículas infinitesimales de mi carroña
Vayan iniciando torpemente 
Su periplo final a los cielos 
Me entregaré gozoso a la sensación de miles 
De patitas y de alas sobre mí 
Cubriéndome con un manto 
Más oscuro y más 
Dulce que la 
Noche.




Desde pequeño sabía que me gustaba escribir, pero sabía que tenía que vivir de algo. En el Perú, los niños también somos realistas.
Lizardo Cruzado.





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