junio 05, 2020 Sergio Gómez Reátegui 0 Comments

Aquella tarde de 1997, desde el fondo de un librito negro, como un anciano profesor de un liceo tétrico, con la ropa llena de tiza, enloquecido por trabajar quinientas horas semanales, así se presentaba ante mis jóvenes ojos lectores don Nicanor, llevando centenares de cruces sobre la espalda pero siempre propagando buen humor.

Yo venía de leer, gracias al cole, toda la generación del 27, a los románticos ingleses y a los poetas malditos; pero de pronto una tarde en la biblioteca de la Ruíz de Montoya di con Poemas y antipoemas y fue un estallido en mi cabeza. Nunca imaginé que la poesía pudiera ser tan divertida.

Parra tenía órdenes de liquidar la poesía solemne de su tiempo. Eran días en los que gobernaba desde un olimpo Pablo Neruda pero ni siquiera él pudo mirar con ojos de recelo esta nueva forma de escribir poesía. Prueba de ello es que le escribió un poema homenajeándolo en vida:
“Este es el hombre
que derrotó
al suspiro
y es muy capaz
de encabezar
la decapitación
del suspirante”

Hijo mayor de una familia de artistas, de niño el antipoeta escribía versos alejandrinos, pomposos y sentimentales que hacían llorar a su madre. El bicho estaba adentro. La suerte, echada. Muy pronto, tras el repentino fallecimiento de su padre –de quién heredó el humor negro– tuvo que viajar a Santiago para labrarse un mejor futuro y poder ayudar a sus hermanos menores, como la grandiosa Violeta –que tanto brillo le dio a la música vernacular de su país.

En la universidad de Chile el antipoeta estudió Matemáticas y Física pero la poesía lo acosaba. En las aulas universitarias fundó una revista y pronto publicó su primer libro, Cancionero sin nombre, con escandalosos perfumes lorqueanos.

Tuvieron que pasar más de quince años, viajes al extranjero, lecturas como la de Walt Whitman para que don Nicanor dé el golpe definitivo y cumpla con el mandato que la realidad le exigía. Es decir bajar a los poetas de su olimpo. Con Poemas y Antipoemas, publicado en 1954 y que se ganó todos los premios del Concurso de Sindicatos de Escritotes, Don Nicanor Parra Sandoval, llevó la poesía a otra dimensión. Cambió la concepción de lo bello. Impregnó sentido de humor. Acercó el lenguaje cotidiano. Atrajo lo popular. Pisoteó lo sagrado. Se burló a diestra y siniestra de todo lo literatoso. Se mofó repetidas veces de sus contemporáneos. El antipoeta no sugiere un carajo, dice las cosas con crudeza. Se opuso a toda la tradición que prevaleció a comienzos del siglo XX.

–¿Por qué te dedicas a la poesía?– le preguntaron.
Y el antipoeta respondió:
–Porque no le tengo miedo al ridículo.

A Nicanor Parra le debemos mucho, más de lo que ustedes imaginan. Es bueno recordar a los grandes escritores que influyeron en su época y que sobreviven hasta el día de hoy en sus escritos. Amado en su país por todos, vivió más de 100 años y no solo nos dejó sus antipoemas sino también sus artefactos y sus postales. Yo le agradezco infinitamente que le haya torcido el cuello al cisne de vistoso plumaje.

–Señor Parra, ¿usted se considera un genio?
–No, señorita. Yo me considero un hombre del montón. Alguien que pretendió hacer algo de la nada.

Dios lo tenga en su gloria, don Nica. Al igual que usted:
“yo brindo por lo que venga
la cosa es brindar por algo”
Amén.

Sergio Gómez Reátegui.



Siete
son los temas fundamentales de la poesía lírica
en primer lugar el pubis de la doncella
luego la luna llena que es el pubis del cielo
los bosquecillos abarrotados de pájaros
el crepúsculo que parece una tarjeta postal
el instrumento músico llamado violín
y la maravilla absoluta que es un racimo de uvas.



Lo que necesito urgentemente
es una María Kodama
que se haga cargo de la biblioteca
Alguien que quiera fotografiarse conmigo
para pasar a la posteridad
Una mujer de sexo femenino
plenamente consciente de sus actos, si señor,
una rubia despampanante
que no le tenga asco a las arrugas
O en su defecto
una mulata de fuego
No sé si me explico
Todo Quijote por roñoso que sea
tiene derecho a una Dulcinea.




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