Cultivo Arte

mayo 06, 2020 Sergio Gómez Reátegui 1 Comments


En los convulsionados años 90 el que escribe era un potro que aún no aprendía a cabalgar y estos muchachos mayores que yo robaban luz de los postes para poder conectar su radio y bailar como apaches frente al fuego con música de Doors, de Pink Floyd, de Charly, desde el parque Colchón hasta la cancha roja de Pueblo Libre, pidiéndole fiado al tío de las cañas, intentando no volvernos tan locos, recitando a Baudelaire de memoria, gritando borrachos los versos de Pound:
“Te he buscado tesoro mío,
he cavado en las noches más profundas
y no te he encontrado".
La vida era un carnaval, mi juventud lo fue.
Dos décadas después cuando no puedo dormir y la madrugada es un gato famélico que llora en mis oídos escucho aún al Rudy decirme: "Sergio, vamos con tu carro a buscar incautas”. Lo veo a Juan Ramón preguntando al público en la Alianza Francesa con las greñas tapándole la cara y abriendo su ojo de lupa ”¿y el gato? ¿Dónde está el gato?”. Veo a Eduardito cantándole a la guitarra de Renato los temas de Tanguito.
Las musas eran esquivas entonces. Siempre lo fueron (hoy lo se). Y los nombres de Virginia, de Leda, de Deanee, eran como luciérnagas que aparecían y desaparecían a lo largo de la noche. Eso fue Cultivo para mí, el primer grupo de poetas que tuve la suerte de conocer.
Casi veinte años después mucha agua ha pasado bajo el puente. Ahora que tengo la conchudez de escribir poemas, que asisto a recitales, escucho a poetas jóvenes, voces nuevas, cantores nuevos, poetas vestidos de solemnidad que se enfrascan en conversaciones literatosas, que beben vinitos amanerados y llaman musa a cualquier mujer, extraño como nunca a estos viejos muchachos que destruían todo con sus remeras de Rimbaud y del Che, para anunciar a quien soporte oírlos el mítico canto del cisne o cortarle el cuello si la ocasión lo ameritaba. Ellos eran para mí los verdaderos perros románticos.


DESDE EL COLCHÓN.


-Eduardo Braga.

Y mientras me repongo,
de regreso a mi ya cómoda piedra
contemplo imperturbable las ondulaciones
la calma, la furia, la nada
contemplo al mar
y recuerdo a los que desaparecieron junto conmigo,
recuerdo sus rostros, sus voces que llegan hasta mí
casi con la misma fuerza
de la terrible tempestad que nos separó.
¿Estarán muertos?
¿estarán nadando todavía?
¿estarán ya flotando?
¿estarán como yo,
varados en su playa desierta,
cansados y sedientos?
¿estarán en casa sanos y salvos
pensando en lo cerca que la tuvieron,
en lo lejos
que ahora me encuentro?
¡Hey hermano! ojalá y el viento sea buen mensajero,
al igual que tú he naufragado,
he salido del mar nocturno
de la tormenta poderosa
he venido de la muerte, pero la vida todavía está lejos.
En la comodidad de mi piedra descansaré un rato
una vez repuesto
me enrumbaré
hacia ella.


Declaración.
Permíteme detener un momento
nuestros distraídos pasos,
por los caminos
por los años.

Permíteme detener un momento,
el mundo que nos persigue a cada rato,
que nos devora y nos devuelve
a estas arenas
para seguir
y seguir luchando.

Permíteme detener un momento,
tan solo será un instante,
un sueño,
una etérea y fugaz visión de la muerte
o nuestra ilusión de siempre,
¿éxtasis?

Permíteme detener un momento
déjame lastimarte una y otra vez,
mientras un susurro acaricia tu cuello.
Te amo.



-Rodolfo Pacheco.


Canto IX

Cómo quisiera ser río
Río dialéctico
Amigo de la sal que cubre tu cuerpo
Si, porque tu origen es el mar

Terrible Afrodita
Que se subleva a su elemento
Ninfa de ciudades desterradas
Eva de extraviados paraísos

Yo te busco a ti, Hipatya
Como el río busca su mar
Como la semilla su fértil campo
Como el sol su luna en el crepúsculo

Anochece

Finalmente puedo decir desde mi lecho
Que soy el río
Que le confesó a Heráclito su secreto dialéctico
Que soy el río
Que inició a Siddhartha en la sabiduría del bosque
Que soy el río
Que se llevó los sueños libertarios de Heraud

Soy el terrible río sediento
Que busca incansable su húmeda Patria salada


Canto IV

He caminado sobre la noche sin edad
Danzando en el crepúsculo
Con ángeles de pérdida virginidad
He recital a Baudelaire
Hasta desangrarme la garganta
He encontrado el dolor y la desesperación
Me sumí en la más pura soledad
Me sometí a electrochoques
A terapias para almas intoxicadas de filosofías
Desafié los arcanos rostros del sol y la luna
Por contemplar el tuyo
He renunciado a mi fé proletaria
Porque descubrí el cadáver de la revolución
En una oscura fábrica abandonada
Y la poesía era una geometría de frases muertas
Yo tambien me alimenté de flores
Tuve convulsiones de clase
Recibí palos y escapé
Por las estrechas calles de los sueños
Yo también recité para cuatro gatos
Lloré la frustración del río
La crueldad impasible del tiempo
Yo también sublevé a las hormigas
Contra el poderío yanqui
Reventé el crepúsculo de un botellazo
Y saludé al alba con un sonoro vómito
Busqué la piedra filosofal
Que transmutara en odio el amor
Le tuve miedo al fusil a la ardiente cólera de su beso
Que bajaba como eco atronador por las montañas
Yo también esperé y esperé
En la cita acordada del amor y me nacieron ojeras
Sepulté mi juventud en la pradera del olvido
Y sobre ella crecieron cientos de cruces
Por las tardes más desoladas
Iba de visita urgente al hospital
Donde ya no se vuelve cuerdo
Donde la muerte se zampa
En la larga cola del desahucio
Yo también madrugué falsificando mi imagen
Habitante de escombros y mañanas muertas
Viajé por ríos de alcohol
Usurpé el cielo escarlata de las aves
Abracé las montañas ataviadas
De blanquísimos ponchos
Oí las elegías del tiempo
Que cantan las ruinas calcáreas del estío
Descifré el canto de las aves
Y la lengua austera del pobre
Oí la risotada del tirano
Que muge en la cancerosa pradera del poder
Y llegué hasta aquí exhausto
Llevando mi evangelio cultividiano bajo el brazo.


-Juan Ramón Carrasco.

Sierra.

Eudocio Nacimiento
hace su entrada triunfal
ocupando el lugar correspondiente
de una mesa de seis.

No llevaba más de tres años
de haber vuelto de la capital.

Su hogar, correspondiente a lo común,
les atacó el paludismo

Eudocio Nacimiento
se levanta todas las mañanas
a colocar semillas por los que se han ido.

La fogata nocturna carcome sus tuétanos cada día
al recordar los cuerpos tirados en las acequias.

Él, sin saber

se va quedando solo.




Selva.

Saliéndose desnudo, Inquisidoro Gracia
gatea hacia los frutales.

Su pequeño cuerpecito
lleno por el fulgor de sus primeros dos años
va tomando la costumbre caprichosa de los frutos maduros

caerse para ser levantado

Con la boca llena de barro
va acostumbrando su paladar
de un huerto bien sembrado
alimentándose de los caídos

siempre y cuando supo como quitarles el jugo.

La virginidad de sus plantaciones
ya tenía acumuladas varias muertes

su cuerpecito desnudo
aparentaba la ternura angelical

de esta inmensa Amazonia



-Renato Salas. 

4

No recuerdo mi nacimiento
ni mi nombre, ni mi cara
ni mis llantos infantiles

En mi pueblo no había
escuela o por lo menos
yo nunca asistí

Siempre trabajé y cuando
acababa el trabajo lo
volvía a hacer

Duro con chicote, con palo
con el alma, agua hervida ,
escapé, corrí llorando y
llegué, a capital llegué

Trabajé a chicotazo limpio,
era duro como mula
como mula crecí

A la fuerza tumbé a
una india como yo
y le saqué siete hijos,
con el alma, con amor

Invadimos tierra muerta
tumbé árboles a cabezazo
limpio, sudando levanté
un palacio fuerte como yo
Aprendimos el negocio de
endulzar el mundo y
bien de temprano salía
a las calles a ofrecer
mi vida, mi vida de mula

Todo fue creciendo
mis hijos, el palacio,
la alcancía, en cambio yo
me fui doblando
empecé a morir

Seguía con el negocio,
el de endulzar al mundo y
un día, mi india mula,
mi india amor, se fue,
allá lejos, lejos.

Me doblé en dos pedazos
y por primera vez
rendí mi cuerpo a la vida

Ahora camino despacito,
la gente cree loco al que
solía endulzar al mundo,
sucede tan solo, de que
la mula anda algo cansada.


Palomino

En la ciudad de Palomino
todos fracasaron
excepto los que
huyeron a tierras
bárbaras

Nacimos en un gran
cementerio en
fiesta perpetua

Nuestras casas eran
pequeños ataúdes
donde nos hacinábamos
generación tras generación

Y todos se conocían
mantenían tratos amicales
comerciales, de pugna
de violación o de matrimonio

En la ciudad
se llegó a crear una raza

En la ciudad
todo era motivo
de carnaval, feria
fiesta, orgía, aquelarre:
se robaba luz de los postes
del gobierno y
se bailaba, tomaba, fumaba
semanas de semanas
hasta que éramos
expulsados del trabajo y
de allí se iniciaba la fiesta de verdad

La ciudad se peinaba
raya al medio,
era y es la única
ciudad peinada
ni Brooklyn, Montaparnasse
Berlín Río ni
la Comuna de París
alguna vez
fue tan elegante

En la ciudad de Palomino
sus grandes héroes
te saludan o
se toman un trago
contigo, conversan
de sus penas de sus
deudas, cuentan
emocionados sus victorias

Aquí nace un héroe
cada tres años y
muere cada siete
estos son productos
de la generación espontánea

En la ciudad de Palomino
todos fracasaron
pero de una manera
tan sencilla y aristocrática que
da gusto que sea contada.


"La chapita perdida nunca fue encontrada, y el libro nunca se publicó y condenamos nuestra Palabra a la más oscura deserción, al olvido irremediable que es el reflejo fiel de este país, no que nos queramos meter con la patria por haber empeñado unas palabras, no señor, se trata simplemente que los libros culturales atiborran los kioskos del pasado. ¿Y para qué? Una charla de café por ejemplo, una muy buena y diagramada maleteada a los directores, es decir a la hipocresía al por mayor, parloteadas públicas para que luego la tropelía tome por asalto el primer bar: y valgan verdades, nuestra irresponsabilidad fue siempre más grande que este planeta o tanto más como nuestra sed."
Cultivo.




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