mayo 18, 2020 Sergio Gómez Reátegui 0 Comments


JOSÉ RUIZ ROSAS.

Por Roger Santiváñez


Una noche de 1977 me tocó conocer al poeta José Ruiz Rosas (presentado por su sobrina la poeta Dalmacia Ruiz Rosas) en el Haití de Miraflores. Luego nos fuimos hasta el Hotel Richmond en el centro donde se hospedaba & allí me obsequió el primer número de la revista "Ómnibus" que en Arequipa acababa de publicar su hijo Alonso con el poeta Oswaldo Chanove.

En 1981 cuando su hija María Teresa volvió de España, fuimos con ella a Arequipa & la pasamos maravillosamente en casa de Peperuiz, como era llamado cariñosamente por la gente de Arequipa, su tierra de adopción, ya que él era nacido en Lima.

En Arequipa realizó una intensa actividad: tuvo la librería "Trilce". Publicó las Ediciones de la Campana Catalina & fue director del Instituto Nacional de Cultura-filial de la Ciudad Blanca.

Don Peperuiz fue un gran señor & un auténtico poeta. La semana que estuve en su casa en abril de 1981 me sumergí en su extraordinaria biblioteca de poesía & leí -creo- todo lo que no había leído en mi vida.

En 1976 escribí -en La Prensa- sobre "La sola palabra", libro editado por la Editorial Ames, una de las pocas de poesía en aquel tiempo. José Ruiz Rosas era un ser humano fuera de serie: calmado, irónico, lúdico & comprometido con la poesía hasta los huesos.

Lo mantengo vivo en mi memoria, por eso he querido recordarlo aquí ahorita para ustedes. Siempre en poesía.


ASÍ ESCRIBO EL POEMA. Doy un paso,

duermo, sonrío, lloro en mis adentros,

mastico la ancha hiel de los instintos

puestos a galopar, protones lúdicos

flotando sus latentes emociones;

miro la luz, que es el mirar más último

antes de penetrar en cada arcano;

oigo no sé qué cosas en los cantos

de las aves por un momento libres

y se me empuña el corazón sabiendo

su final de cautivas o de víctimas;

aspiro el aire altísimo que baja

a decorar de oxígeno mis huesos;

llego, me voy, distante en todo tiempo

de la meta final que no he fijado;

pulso la hora intacta que ha parido

el otoño de un ramo, atrapo el claro

destello de unos ojos fraternales,

miro los flujos que soporta el mundo

por pasos con sus callos melancólicos,

torno, vuelvo a mirar y abro los ojos

como un insomne búho en medio día

y fijo las pupilas como el gato

que pretendiera caza de aeroplanos,

subo la cuesta, bajo, y subo, y bajo

y conservo el imán del pavimento;

llego, con mi codicia a manos llenas

a regalarle el sol a todo el mundo

y la sombra, la luna y los luceros

como si todo yo fuera raíces,

hojas y savia para estar callado

como un laboratorio del abrazo;

Así escribo el poema. Doy un paso.



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