mayo 24, 2020 Sergio Gómez Reátegui 0 Comments

MARCHA FÚNEBRE POR CARLOS OLIVA.
Por Roger Santiváñez
Un 24 de enero de 1994 murió trágicamente el último poeta maldito de nuestra tradición: el increible Carlos Oliva.Había nacido en el Rimac en 1964 y formado parte de la célula rocanrolera que habitó -entre las avenidas Pizarro, Tarapacá & Próceres del populoso distrito con Edgar Barraza "Kilowatt" a la cabeza & los hermanos Ricardo y Raul Montañez. Estudió literatura en San Marcos, donde editó la revista de poesía  "ínsulas urbanas".

Increiblemente me tocó conocerlo en la puerta del bar Queirolo en la esquina de Amargura & Quilca hacia 1990 o 91 cuando acababa de fundar -con otros jóvenes poetas rebeldes- el grupo "Neón". El mismo Oliva me dió la noticia alborozado y lo respondí con un fuerte abrazo. Desde allí fuimos amigos, y cuando -en mi época del pastel- yo entraba al warike de La Placita en el Rimac a comprar, Oliva -que ya en esos momentos vivía alli- se adelantaba y dándome alcance gritaba: "Nadie se meta con el poeta / Al que se meta con el poeta le saco la conchesumadre". Nos fumabamos una tola & luego yo salía raudo entre manchitas de lumpen apostados en las esquinas nocturnas de ese infierno.

Allí vivía Carlos Oliva, en la calle, a pocas cuadras de su casa paterna. Sabido es que su familia se acercó -en la Navidad de 1993- para pedirle que abandonara el hueco y volviera al hogar tranquilamente y que no pasaba nada. Oliva aceptó & les dijo que esa noche regresaría. Pero no lo hizo. Y en enero, un 24, temprano en la mañana sucedió que fue arrastrado por la combi a la que le acababa de cobrar los 20 centavos por el trabajo de llenador que Oliva practicaba de día -en la encrucijada del Puente del Ejercito y el Mercado de Frutas, en la Av. Caqueta. De día hacía esta chamba y toda la noche integra alucinaba en el hueco.

Su clásica casaca de blue-jean se enredó en el espejo retrovisor mientras Oliva corría para cobrarle a la combi que ya se le escapaba. Fue arrastrado por la velocidad y tras caer al pavimento fue arrollado por varios carros que venían atras rampando ese fatídico amanecer urbano. Trágico final de un poeta que deseaba la muerte -como escribió en unos de sus poemas- publicado postumamente en la revista "Killka Blues" (de la que forme parte del Comite Editor por 1996). Carlos Oliva dejó un poemario inedito titulado "Lima o el largo camino de la desesperacion" que -gracias al empeño de Paolo de Lima (compañero suyo de los días de "Neón") & Miguel Lescano Tena salió a la luz bajo el sello de la Escuela de Arte Hispano-latinoamericana.

La poesía de Carlos Oliva -netamente urbana- es un canto de la juventud atribulada que deambulaba por las calles de Lima en los años de la violencia de la guerra interna, cuando todo parecia destruirse & caerse a pedazos, y en la sensibilidad crispada de un talentoso muchacho como Oliva, aparecía la visión de una utopía que solo la poesia podría tratar de desentrañar. Ahora mora en ese cielo, porque como escribió Menandro "Los amados por el cielo mueren jóvenes". Gloria eterna a su pura memoria.

"Escribo como un alucinado, tal vez esto se explique porque en cierta época de mi vida me sumergí en el desorden de los sentidos. Sin embargo, ese desorden tenía un orden interno que yo solamente sabía.

He vivido a la manera de los poetas malditos y no porque haya pretendido imitarlos sino porque ese fue mi destino. Es más aún, en la época que viví de esa manera sólo los conocía de nombre e incluso ahora no he podido leer toda la poesía de ellos.

El placer es el abismo por donde caen mis sentimientos. Al modo de Rimbaud me he entregado a los excesos, incluidos los de las drogas. He vivido buscando lo desconocido.

Cada vez que busco con desesperación una cosa que termino por encontrar comprendo que eso no basta. Entonces, preso de una fuerza extraña, busco otra cosa hasta conseguirla sabiendo de antemano que no me satisfacerá; es por ello que disfruto con el dolor y deseo la muerte."
Carlos Oliva.



Poemas.

LIMA I.

El arte de caminar por las calles
consiste en ver tus defectos
como versos aún no descubiertos en la noche
       yo voy más lejos que aquel poema extraviado
voy dibujando imágenes sin límites de velocidad
palabras como una rosa que enloquece al vacío
con esta percepción de ángel alucinado y febril Lima
         ¿De qué valen tus letreros luminosos?
si sólo consiguen efectos psicóticos
              tus semáforos
si sólo sirven para perturbarme
pero también tienes tu encanto
                              tus ascensores
sin embargo no subimos ni bajamos
pasamos solamente
           tus teléfonos malogrados
¿Dónde ciudad tragamonedas
iremos nosotros los desheredados de tu belleza?
tal vez a vomitar en el baño
             de alguna vieja cantina
y luego viajaremos en microbús
           percibiendo los hedores de tu herida
pero aún no nos espantamos
y sigo por estas calles donde aprendí
abrir mi corazón a la melancolía
abrir mi corazón como se abre la bragueta
y derramar mi amor como orines
                        sobre las esquinas.


Poema sin límites de velocidad

He visto una ciudad
una avenida
una calle inundada de cantos
De poemas sonando como bocinas de carros
Y autopistas sin guardias de tránsito
Poemas a 200 Km. P/H
Libres
........ raudos
.... .. ...... veloces por llegar
a los oídos del mundo

donde la ansiedad
........ la droga
........ y los atropellos
inventan colores siniestros.
Y en medio de todo
........ Yo con mi bocina
........ Yo con mi voz levantada
Entre tantos accidentes
Risueño
........ Ilusionado
....................... Y sin más palabras
Que estos versos sin frenos por las avenidas.


SOBRE LA MUERTE /

Sólo el que está muriendo puede vivir,
convertir la noche en perenne concierto,
recordando el recuerdo por el recuerdo,
sobre las hirsutas calles abrumadas de sombra,
con lento transitar que sugiera paciencia,
limpiando los olvidos del afecto, respirando
el tiempo que pasa, destruyendo la realidad
que a veces se disuelve o se rompe
como un jarrón de porcelana.
Y la realidad es una piedra en el desierto
con un hambre no saciado de tentación,
como un viento que desciende en la memoria,
bajo nube de magnolias o lienzos;
            sobre un bosque de melancolía,
entre flores silvestres que embellecen la hierba,
y las rocas donde brilla una hoguera cristalina;
            o sobre una playa sin nombre,
donde el laúd extiende sus cuerdas,
pentagrama de arena o de agua,
orilla dorada hasta la espuma de plata
que refresca los ojos enturbiándolos hasta el fondo.
Voy sobre un navío de recuerdos volcado por una ola
grave, colosal, inmensa.
Voy a morir, ríanse:
la muerte es, y trato de alcanzarla.



Tu tesoro, Carlos Oliva, es el amor que perdiste
en tus manos de navegante ebrio,
de náufrago sobre un tronco a la deriva,
de marino agotado de tanto nadar contra la corriente,
para llegar tenuemente hacia la resaca.
Mi poesía en sí no tiene nada que ver con la poesía:
es un clamor de condenado.
Es una protesta, pero esta protesta es principalmente
contra mí mismo.
El canto por el canto en sí no existe (ni siquiera en los pájaros).
El objeto de mi canto –lo que sea- es el de liberarme de mí mismo,
negarme a mí mismo, es decir salvarme a mí mismo.
De mi propia autodestrucción que está a punto de desintegrar mi vida.
Es una protesta contra mi condición humana, narcisista y sórdida y decadente.


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