mayo 11, 2020 Sergio Gómez Reátegui 0 Comments





PABLO GUEVARA.

Escribe Roger Santiváñez.

Cuando aún vivía en mi ciudad natal Piura, (verano 1973) un buen día me encontré en la librería Studium con un libro alucinante llamado "Hotel del Cuzco & otras provincias del Perú" firmado por Pablo Guevara. Me pasé de vueltas con semejante descubrimiento, publicado por el INC en Lima 1971.

Ya en Lima & estudiando literatura en San Marcos, un dulce atardecer de invierno, mientras esperaba -en la sala de su casa- a mi hermosa compañera de entonces la poeta Dalmacia Ruiz-Rosas hallé en un estante "Retorno a la creatura" la primera edición hecha en España 1957. Allí está el notable poema "Mi padre, un zapatero" & otro genial titulado "Dos monarcas".

En eso Pablo fue invitado al Taller de Poesía & así fue como trabé contacto con él & surgió una tremenda amistad que me llevaba periodicamente a visitarlo en su casa de Pachacamac, donde conversábamos hasta el dia siguiente con sendas botellas de vino.

Recuerdo que Pablo me decía: "El recipiente cultural 'poema' ha estallado" aludiendo a todas las formas revolucionarias que -a la sazón- liquidaban vanguardistamente toda la poesía tradicional.

Pablo Guevara fue un maestro personal extraordinario. Un pata cabal. El más auténtico renovador de la poesía & con una visión política clara. Recuerdo su magnífico poema "Los burgueses son bestias" inserto en su libro 'Los Habitantes" de 1965.

Hablar con Pablo Guevara era lo mas estimulante del mundo. Brillante, irónico, siempre cuestionador. Nos iluminabas querido Pablo & lo sigues haciendo hasta ahorita que escribo este post en tu sacro homenaje.



Mi padre un zapatero

Tenía un gran taller. Era parte del orbe.
Entre cueros y sueños y gritos y zarpazos,
él cantaba y cantaba o se ahogaba en la vida.

Con Forero y Arteche. Siempre Forero, siempre
con Bazetti y mi padre navegando en el patio
y el amable licor como un reino sin fin.

Fue bueno, y yo lo supe a pesar de las ruinas
que alcancé a acariciar. Fue pobre como muchos,
luego creció y creció rodeado de zapatos que luego
fueron botas. Gran monarca su oficio, todo creció
con él: la casa y mi alcancía y esta humanidad.

Pero algo fue muriendo, lentamente al principio:
su fe o su valor, los frágiles trofeos, acaso su pasión;
algo se fue muriendo con esa gran constancia
del que mucho ha deseado.

Y se quedó un día, retorcido en mis brazos,
como una cosa usada, un zapato o un traje,
raíz inolvidable quedó solo y conmigo.

Nadie estaba a su lado. Nadie.

Más allá de la alcoba, amigos y familia,
qué sé yo, lo estrujaban.

Murió solo y conmigo. Nadie se acuerda de él.


0 comentarios: