Francisco Bendezú

mayo 04, 2020 Sergio Gómez Reátegui 0 Comments

FRANCISCO BENDEZÚ.

Por Roger Santiváñez.

Corría 1971 & algo insólito ocurrió en Piura. La Embajada Cultural de San Marcos visitó mi ciudad natal & yo fui a ver la presentación que hicieron en el Teatro Municipal. Allí vi & escuché por vez primera al poeta Francisco Bendezú. Fue el más aplaudido debido a su poema al Che Guevara, que terminaba así: "Capital invicto de los pobres".

En 1973 -durante vacaciones de julio en Lima- me compré donde Mejía Baca su libro "Cantos" en una hermosa edición con grabados de Giorgio di Chirico & pude disfrutar de su emblemático poema "Twlight", la "Oda a la tarde" & "Muchachas de Roma", así como las ekfrasis surrealistas que acompañaban a los cuadros de Chirico.

En 1974, una tarde en que -de casualidad- había tomado contacto con los poetas de Gleba Literaria en Jesús María, ellos -Jorge Ovidio Vega, Humberto Pinedo & Lucho Farfán Escaffi- me llevaron a un bar donde se encontrarían con Francisco Bendezú. Era el "Once-once" donde yo -chibolito- pude asistir a esta poética tertulia bien rociada de vino & cerveza que disfruté a todo dar.

De modo que en San Marcos -a partir de 1975- se estrechó mi amistad con el poeta. Paco -como lo llamábamos- fue invitado al Taller de Poesía donde nos leyó unos inéditos excelentes que luego aparecieron en "Hueso Húmero" con el titulo de "Combo Blues".

Paco Bendezú era un hombre increíble & surreal: "Yo soy el único comunista que cree en la Virgen del Carmen" nos decía, mientras impartía una clase brillante sobre -justamente- poesía francesa surrealista o poesía italiana (Desde Leopardi hasta los poetas crepusculares) los cursos que mas recuerdo seguidos con ese maravilloso & transparente ser humano que era el gran poeta, también mi maestro & amigo, en aquella juventud ya desaparecida que ahorita he actualizado para ustedes.
Siempre en poesía.



Muchachas de Roma.



A Giuseppe Ungaretti

Muchachas intensas como vitrinas.
Precarias como lápidas de nieve.
Muchachas como los árboles inmobles del otoño.
Pálidas como espigas. Delgadas como llaves.

Muchachas exangües con cerezas silvestres en la nuca agujereada,
y sombra en los hombros de esmeril, y cepilladuras azules en el pubis.
Muchachas fósiles con espaldas de aire denso o laminado
y sedantes falanges enjoyadas de liquen y sal gema.

Muchachas fértiles
fabricadas de arena bruja y niebla y lacre derretido.

Muchachas delicuescentes como los oblongos escaparates de la Via Due Macelli, encuadrados por guirnaldas de nostálgico flúor a las siete de la tarde, cuando el crepúsculo trasfunde sangre de mar en los áticos, y por las azoteas, como briznas de gasa pulverizada, silentes bayaderas platican por señas, y lentamente ascienden, fascinadas por el imán vertiginoso de la monotonía, hacia los tiránicos moldes desolados (galaxias, constelaciones) cuyo auxilio impetrarán los yacentes fundibularios de Ostia y los amantes del Trastevere, la Via flaminia, Piazza Spagna, la Via Appia, Ponte Milvio, Tivoli divino y el luminiscente Gianicolo de mi juventud varada.

Muchachas sonámbulas como vitrinas.
Muchachas comedoras del loto del silencio.
Muchachas desnudas como ventanas.
Muchachas lancinantes como lámparas de desahuciados.
Sus cabelleras: garras de hilo;
sus corazones: palmeras;
sus piernas: pérfidas cucharas;
sus pies: nidos de sortijas licuadas por la luna.
Muchachas solitarias como vitrinas en medio del páramo o las landas.

Muchachas lívidas con plumas de alciones en las sienes.
Muchachas con el busto descubierto bañado en plombagina.
Y alondras de oro mudas tras los barrotes ígneos de las costillas.

Muchachas impacientes como relojes fluviales.
Muchachas trémulas como los vagones traslúcidos del viento.
El silencio os impregna de luz las cabelleras
espesas como el vino de Frascati, largas como el Tíber.

Muchachas ignotas como vitrinas.
¡Inminentes como la aurora!





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